La intensidad emocional en un concierto de tango era más que previsible. Pero ver a Zapata disfrutando al escuchar a sus invitados, esperar en un segundo plano moviendo el cuerpo y la cabeza como si las notas de sus compañeros le acariciaran, abandonar el micrófono para seguir cantando a viva voz, o mezclarse entre los músicos, en la parte de atrás del escenario, mientras cantaba, eso no estaba en el guión. Y ocurrió. Fue un espectáculo con ritmo, los tangos más cadenciosos se alternaron con los más pausados, todos arreglados para cada una de las voces que las interpretaban.
Así fue que uno de los momentos especialmente emotivos salió de la garganta de Rocío Márquez, una voz flamenca con eco viejo, que aquí puso sus melismas al servicio del tango que hizo suyo desde la primera nota.
De un tenor podría, además, esperarse que hiciese alarde de su voz. No fue el caso. Zapata decía los tangos con una emoción, un dolor y una dedicación en las letras que hacía olvidar por segundos la carrera del tenor y, cuando más parecía que iba a romperse, sorprendía con un agudo cargado de intensidad. Pero además, anoche quedó claro que Zapata es un tipo simpático; lo demostró en sus intervenciones entre las canciones.
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